martes, 23 de junio de 2009

Ficción para una emoción Real

Desde la cama puedo sentir el aroma a café recién preparado que viene de la cocina; me apuro a levantarme cuando siento una punzada. Un libro -La imaginación sociológica de Mills- había dormido conmigo. El aroma me hipnotiza: me voy acercando, con lentitud, para apreciarlo mejor a medida que se va haciendo más penetrante. La mañana, con un sol decidido a inundar la ciudad, me encuentra del mejor humor. Desparramo los diarios por la mesa y los hojeo; qué rico está el café. Cómo me gusta el café. Siento los pies helados y busco las pantuflas que hizo mi abuela. A medida que la taza se va vaciando, voy a entrando en un estado nervioso, que se acumula: sé que sólo se irá una vez que concrete lo que vengo esperando. Me visto -prioridad: zapatillas cómodas- y doy una vuelta por la casa. Pregunto por compañía a mis viejos, a mi hermana, Nico todavía duerme, pero todos prefieren ir más tarde. Yo no; ya no aguanto la ansiedad. Al estómago vuelven los cosquilleos que me acosaron toda la semana. Capucha, auriculares y a patear que el Normal queda lejos. El frío me entibia el cuerpo, pero éste no escapa de las reacciones de la expectativa; por momentos, suelta pequeños temblores. La música y la mañana, qué excelente combinación.
Llego para cuando termina un tema de The Rapture. Recorro los pasillos. Busco algún conocido. Poca gente. Recuerdo los conceptos del parcial de sociopolítica de anteayer y me siento en Disney. Pido un café en el kiosco para extender un poco la emoción; el intento es inútil. Me acerco a la mesa. Me preguntan y respondo: Demaría, Carlos Martín. Entonces me permiten entrar: el cuarto oscuro me recibe con un silencio innecesario; por primera vez mi decisión no es tomada en su seno. Al salir, respiro bien hondo: he votado; se tranquiliza mi espasmo. Ahora sí puedo tomar ese café tranquilo, fumar un cigarrillo y esperar, quizás acá, respirando el clima político; quizás en casa, junto al fuego de la parrilla y el chillido de la carne.

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